Comentario
Aunque viera con esperanzas el progreso aliado en el norte de África, Stalin realmente no había sentido respiro alguno en los primeros meses de 1943, porque Hitler destinó al frente del desierto fuerzas que, en comparación con los niveles de medios empleados en el Este, podían considerarse simbólicas. Pese al triunfo de Stalingrado y los progresos de sus ofensivas, la réplica de los Ejercitos del Sur y la amenaza sobre el saliente de Kursk que ejercían los nazis preocupaban mucho en Moscú.
Se unía a esto un retraso aliado en abrir el segundo frente y la suspensión de los envíos de alimentos, materias primas y pertrechos porque todos los transportes se estaban utilizando en África o concentrando para el desembarco en Italia.
Especial irritación le producían a Stalin las críticas casi universales en la prensa británica y norteamericana por el descubrimiento de las fosas de Katyn, donde casi 15.000 polacos- en su mayoría jefes y oficiales- habían sido asesinados por el ejercito soviético.
La indignación del gobierno polaco en el exilio se complemento con la de los yugoslavos y sus protectores británicos a causa de los ataques de los guerrilleros de Tito a los monárquicos de Mihajlovic. Los comunistas trataban mas de exterminar a sus enemigos políticos que a los alemanes...
La prensa soviética devolvió improperios, acusando a los británicos de estar preparando una invasión a Yugoslavia, en vez de pensar en el segundo frente, y recordó viejos agravios, como la financiación e inspiración británica del ejercito polaco de Anders...
Una posible cumbre de los tres grandes fue pospuesta sine die. Moscú comenzó a temer que Washington y Londres le estuvieran utilizando como parachoques del nazismo y que tratarían de aplastarle después de que se desengrasase en su lucha con Alemania. Sea por esa tirantez y estas sospechas, sea por otras razones, lo cierto es que Stalin trató de entrar en negociaciones con Hitler, para lo cual se hicieron intentos ante sus diplomáticos en Estocolmo, al tiempo que Tito se relacionaba con los representantes nazis en Zagreb.
Cuando Hitler se entero del caso monto en cólera. Sobre el contacto en Yugoslavia dijo: "¡Con los rebeldes no se negocia, se les fusila¡". El diplomático Peter Kleist, esperado por los soviéticos en Estocolmo, fue detenido en el aeropuerto berlinés de Tempelhof y ridiculizado por su superior Ribbentrop por haber caído en esa burda provocación judía.
Hitler creía que Stalin estaba tratando de utilizar esta posible negociación para que los aliados se apresuraran a abrir el segundo frente y para que reanudasen los suministros.
Probablemente se estaba equivocando el dictador nazi porque en septiembre del mismo año, Moscú trato de nuevo de ponerse en contacto con los negociadores de Berlin. Hubo algunos contactos en Estocolmo y, sobre todo, en Sofía, donde ambos países tenían embajada. Ribbentrop se tomó el asunto en serio, quizás angustiado por la serie ininterrumpida de reveses que registraba la Wehrmacht.
Hitler se mostró impermeable. Seguía pensando que Stalin trataba de utilizarle para picar a sus aliados occidentales, quizás lanzarle contra los angloamericanos en Italia y que tomados se despedazasen en el segundo frente, mientras que la URSS incrementaba su poderío y se aprestaba a aniquilar lo que quedase.
No es posible saber qué podía haber de cierto en esta segunda hipótesis, pero es seguro que la primera estaba equivocada. Para esa época, Stalin ya tenía cuanto deseaba: su segundo frente y la promesa de abrir un tercero en Francia al año siguiente, además de la renovación de los suministros en cantidades cada día más importantes.